Hablar de la calma en medio de la producción continua y la sobreinformación no resulta fácil. La bibliografía que existe sobre la necesidad de tener momentos de tranquilidad, libres de hacer en el desarrollo infantil es escasa, pero la práctica clínica y cotidiana nos enseña una y otra vez lo imprescindible que es que, como adultos y adultas, estemos atentos a brindar estos espacios a nuestros niños y niñas.
Si miramos a nuestro alrededor, todas las especies animales pasan por ciclos de hacer y no hacer. De búsqueda de alimentos y esconderse en la madriguera, de pasear con sus cachorros y descansar, de jugar intensamente y de detenerse a sentir el calor en el pelaje y en sus espaldas. Cada ciclo y cada estación marca momentos de espera y producción.
La espera siempre es la antesala del cambio, del florecer, del aprendizaje, del nacimiento. En este silencio aparente se desata lo más nuclear y central de la evolución.
Esto ocurre en toda la naturaleza, y nosotros, los seres humanos, no estamos exentos de este proceso.
La producción científica nos ha llevado a comprender la importancia de la estimulación en los diferentes estadios del desarrollo. En lo importante que son las actividades extraprogramáticas o cualquier clase de taller o juego que pueda mantenerlos en ocupaciones durante el día.
A menudo veo padres buscando y buscando cómo entretener a los y las niñas. Esto, personalmente, me emociona, pues nos da cuenta de un cambio social, donde los niños y niñas están en las mentes adultas y, donde nos ocupamos continuamente de acompañarlos en el desarrollo. Sin embargo, creo que es relevante valorar, considerar y hacernos conscientes de los momentos de no actividad.
Andrew J. Smart en El arte y la ciencia de no hacer nada asocia esta práctica a la creatividad, y es por ello que pone de ejemplo a grandes pensadores como Descartes o Newton, quienes lograron sus principales aportes a la humanidad mientras estaban en un momento no productivo.
También, Smart, que “para gozar de salud mental en la adultez, podría ser necesario tener una niñez cuya mayor parte estuviera dedicada a soñar despiertos libremente, jugar sin propósito y experimentar un goce irreflexivo”.
Es entonces, en medio de este mundo, sobreproductivo y ocupado, donde se me hace necesario detenerme para hablar sobre la importancia de que la infancia tenga momentos de calma. Y con esto, no quiero decir que sea fácil, ni de un día para otro, porque en mi experiencia, hemos puesto en modo ocupación a los niños y niñas desde tan pequeños, que se les hace tremendamente desafiante un pequeño momento sin saber qué hacer. Aquí algunas ideas que pretenden aportar luces para esta práctica.
Aburrirse
Hace un tiempo encontré en una pequeña librería de Santiago, el cuento Qué aburrimiento de Henrike Wilson. Me encantó porque de manera simple describe lo que veía y sigo viendo a diario:
Niños y niñas que requieren de constante input externo para entretenerse, y que aún con muchos juguetes, no saben tolerar el momento en que se les acaban las ideas y pasan esos minutos de “no sé qué hacer”. En general, he podido ver, cómo rápidamente sube la temperatura emocional y el contexto familiar, al no comprender la importancia de este momento, rápidamente dan al niño o niña nuevas ideas externas para empezar un nuevo juego.
Ese momento de aburrimiento, donde el niño/a expresa “estoy aburrido y no sé qué hacer”, cuando encuentra fuera un “lo siento tanto, deja que tu mente descanse un momento y vendrá otra idea perfecta para ti” y el niño/a logra -como un triunfo en su desarrollo- tolerar esa pequeña frustración y encuentra dentro de sí otra nueva idea, es la magia de nuestro cerebro. En esas fracciones de tiempo, donde permitimos la nada, en nuestro cerebro ocurre todo y lo más valioso, es que ese aprendizaje que, el niño o niña, consigue por sí mismo y en compañía de sus cercanos, es tan marcador que deja en su cerebro “una carretera” por donde puede volver a pasar y donde puede lograr nuevas conquistas.
Con esto, no quiero que se malentienda, los padres y madres hacen una excelente tarea al ir donde sus hijo/as y apoyarles en su regulación dándoles ideas nuevas. Mas quisiera poner de relevancia que al tener en nuestra mente la importancia de pasar por un momento de aburrimiento, podamos tener una herramienta más y crucial para acompañar a los niños y niñas.
Contemplar
Siempre me ha apasionado la naturaleza, desde chica fui scout y salía a largos paseos de verano, donde todo se trataba de aprender de cada árbol y del agua que corría río abajo. Aunque crecí en la ciudad, hoy vivo en el campo -en Llanquihue— y la vida aquí me ha permitido ver cómo la capacidad de contemplar la naturaleza moldea el cerebro de los niños y niñas e introducirme en un nivel más clínico en este tema.
Hay muchas técnicas y estrategias para enseñar a los niños y niñas a contemplar, sin importar a “cuanta cantidad de naturaleza” tengamos acceso. Nosotras/os misma/os somos naturaleza y la gracia está en vivir esto de manera cotidiana, porque es una parte esencial de nuestra vida, en cuanto somos y nos reconocemos animales.
“Si nuestro cerebro pasa todo el día en modo activación y trabajo, en modo solucionar problemas, no hay espacio a la contemplación y no le queda tiempo -al cerebro- para establecer nuevas conexiones entre cuestiones inconexas, identificar patrones y elaborar nuevas ideas: en otras palabras no le queda tiempo para la creatividad”. (J.Smart)
Cuando estamos en un estado contemplativo, es decir, en una degustación de cómo afecta el entorno a nuestro cuerpo, por ejemplo: observando cómo el calor del sol calienta nuestra espalda, cómo se siente la luz del sol a través de nuestros párpados o el viento en nuestro pelo; “se establece una red amplia e inmensa en el cerebro que empieza a enviar y recibir información entre las regiones que la constituyen”, explica Andrew Smart.
Una buena forma de practicar esto es en la vida cotidiana con acciones y analogías. Por ejemplo, cuando vamos caminando y vemos un perrito disfrutando del sol, podemos decir: “Mira Camila, qué lindo el perro, parece que está muy feliz con el sol. Cerremos los ojos un momento y hagamos como él” o “Mira Samuel, esos pajaritos están disfrutando de comer algo de pan, parecen saborearlo mucho, tomemos desayuno hoy como ellos diciendo ¿qué cosas nos encantan del desayuno?”. Hay infinitos ejemplos cotidianos que podemos tomar.
Aun cuando me fascinan las técnicas derivadas de la cultural oriental para niños y niñas, me gustaría que se entienda que hay múltiples pequeños momentos en que podemos tener espacios de contemplación y goce de esta contemplación. Y que esto, no solo llevan a nuestro cerebro a este aprendizaje invisible que hemos señalado, sino también provee a nuestros niños y niñas de un conocimiento de sí que podrá ser una guía en su desarrollo, jugando el rol de una brújula interior al saber cómo se siente su cuerpo con el mundo que les rodea.
Como podemos ver, es urgente brindarle al desarrollo de la infancia estos momentos. Volver a mostrarles el camino a la esencia de nuestra especie, cíclica y calma, a nuestros niños y niñas es una tarea de todos los adultos que les rodeamos, ya que, como sabemos, nuestra sociedad se ha ido alejando de este gran tesoro que habita dentro de cada uno/ de nosotros/as.