Desde que somos pequeños, el juego cumple un rol fundamental en nuestras vidas, siendo clave en el desarrollo de distintas habilidades y también para convertirnos en personas integrales. Más allá del aval de distintos estudios científicos, todos podemos comprobar en la práctica cómo el simple hecho de jugar nos divierte, nos alegra y nos hace ver la realidad con un enfoque mucho más positivo. Sin ir más lejos, en la reciente edición de los Juegos Panamericanos que se está realizando en Chile, hemos sido testigos del clima de entusiasmo y alegría colectiva que ha contagiado a niños y adultos.
Jugar aporta capacidades cognitivas, sociales, emocionales y lingüísticas, ayuda a resolver problemas cotidianos, socializar, compartir con otros y confiar en nuestras propias habilidades. Por eso, es preocupante que como sociedad estemos destinando cada vez menos importancia al juego y más tiempo al uso de pantallas electrónicas que terminan generando un efecto contrario.
Un estudio publicado este año en la revista Journal of Pediatrics, detectó una asociación directa entre el aumento en el uso de pantallas en niños de un año de edad y un mayor riesgo de retraso en la comunicación, la motricidad fina, la resolución de conflictos y las habilidades personales y sociales. Estas falencias se acentúan a medida que los menores crecen y además, se trata de un desafío que estamos recién empezando a vislumbrar. La Generación Alfa, aquellos nacidos en un mundo digital o que empezaron su etapa escolar durante la pandemia, van encaminados a pasar más tiempo conectados a la tecnología que cualquier generación anterior, inmersos en experiencias virtuales que pueden derivar a futuro en una menor calidad de vida.
Por eso, entidades como la Organización Mundial de la Salud o la Academia Americana de Pediatría entregan directrices y recomiendan poner límites a las horas que los pequeños pasan viendo la televisión, los teléfonos inteligentes, computadores y tablets. La gran pregunta que se plantean muchos padres a continuación es cómo destinar este tiempo de ocio y entretención a actividades que sean realmente enriquecedoras.
La respuesta es sencilla: mediante el juego. A través de él los niños pueden explorar el mundo que les rodea, conocer rasgos de su cultura y aumentar su inteligencia. Cuando es compartido, facilita la integración con el mundo adulto y fomenta la diversión mientras se van adquiriendo valores, normas, roles y conductas de manera natural.
Y no se trata sólo de una actividad asociada a la infancia, ya que la importancia del juego trasciende las fronteras y se convierte en una fuente inagotable de beneficios a lo largo de toda nuestra vida. Nos equivocamos al asociarlo únicamente con la niñez, porque incluso en la edad adulta y la tercera edad, desempeña un papel importante en nuestro bienestar. El ajedrez, los rompecabezas, las cartas y los crucigramas son especialmente recomendados para ejercitar el cerebro y mantenerlo ágil. Además, actividades como el baile, el yoga, la caminata, la jardinería y/o la pintura también pueden ser abordadas desde el juego para reducir el estrés, promover la creatividad, el movimiento y la interacción social. Al explorar, aprender, expresarnos y conectarnos con los demás, nos sentimos mejor y nos mantenemos mentalmente activos.
Los Juegos Panamericanos finalizan en noviembre y pronto viene la Navidad. Ojalá que esta alegría e interés que hemos visto en todo el país no concluya con la ceremonia de clausura y en cambio, permanezca en nosotros una necesidad constante de jugar y divertirnos como un componente más de nuestra rutina diaria. Los beneficios son demasiado grandes como para pasarlos por alto y sumarlos como una práctica constante aportará a una comprensión mutua que contribuya a fortalecer vínculos y construir una mejor sociedad.
Por Paula Hamdorf, fundadora y CEO de Imanix by Braintoys