Por María Jesús Parada
Volver a los lugares donde uno fue muy feliz siempre es un gran anhelo. Este verano lo cumplí. El 2014 cuando salí de la universidad, volé a Etiopía, África, con la esperanza de poder compartir un poco de lo que me habían hecho otros y otras en la vida universitaria junto a una comunidad de niños y niñas Etíopes del poblado de Muketuri. Estuve ahí por 4 meses y la vida compartió conmigo mucho más de lo que imaginé. (Pueden ver más de esa experiencia en el blog http://casbacas.blogspot.com).
Vivir 4 meses en Muketurri cambió mi historia para siempre. Hice vínculos y construimos junto, con mujeres y hombres etíopes, nuevos proyectos para los y las niñas.
Vivir en Muketurri supuso para mí deconstruir los libros de historia, aprender que la pre historia y la postmodernidad se superponen en el mundo y que vivir consciente de la muerte -que puede llegar en cualquier minuto- te hace más feliz.
Luego de esta experiencia conocí a mi marido. Desde entonces se me hacía importante volver a visitar los proyectos -a los que siempre he seguido vinculada-, esta vez no sola sino con él. La espera fue larga: hubo cambios de casa, de trabajo, de ciudad, coronavirus y guerra civil en Etiopía, antes de que pudiéramos volver. Repentinamente se presentó la posibilidad de ir y aceptamos la invitación. Así este Enero 2022, siete años después, con David partimos a Etiopía. En nuestras maletas iban los Imanix, Imadots, Imapad, lápices, stickers y personajes. En mi alma la ilusión de volver a encontrarnos.
Llegamos y nos recibió la comunidad de misioneras: alrededor de 15 mujeres laicas mexicanas, españolas, etíopes y kenianas son las que dirigen, junto a hombres y mujeres etíopes, los proyectos. Mismas personas con quienes hemos sostenido una relación de amistad durante todos estos años.
Viajamos a Muketurri y a Mizanteferi, dos misiones que tienen al centro la nutrición. En Etiopía, el segundo país más poblado de África, los últimos de la casa en alimentarse son los niños y niñas. La desnutrición -y la muerte- es pan de cada día. Las niñas trabajan cada mañana caminando muchos kilómetros bajo el sol para conseguir agua, los niños por su parte trabajan todo el día pastoreando a los animales. Sin agua y sin comida. Las misiones tienen por objetivo transformar esta realidad y co construir un estado de buena nutrición y sostenibilidad a las familias.
En el corazón de cada misión se encuentra el pre escolar, que recibe diariamente a cientos de niños y niñas entre 3 y 6 años, que vienen a aprender con un currículum escolar y reciben tres comidas al día. Mientras ellos aprenden, sus padres también participan de la construcción de pozos y huertos comunitarios, de tal forma que cuando vayan a primaria, las familias puedan tener todo lo necesario para alimentarles y los niños no necesiten quedarse en casa trabajando, buscando agua o cuidando animales como lo hace la mayor cantidad de la población infantil de Etiopía.
Además en cada misión, hay otros varios comedores, que son una versión pequeña del pre escolar central, ubicados en sectores más alejados y dirigidos por una profesora y un equipo de cocineras y agricultoras.
En el 2014 me sorprendí con la creatividad y curiosidad de los niños y niñas, quienes al no tener -ni conocer- los juegos se divierten con objetos simples, transforman las latas de zapatos en carritos tipo autitos y cualquier polera vieja junto a un hilo se pueden convertir en una buena pelota de fútbol. Las risas y los bailes están presentes.
En este contexto les presentamos el material didáctico de Braintoys. Las caritas y ojitos de los niños se alegraron al aprender las letras, dibujar animales y descubrir nuevos insectos con Imanix, ¡fue muy emocionante!
Estaban radiantes al ir descubriendo y jugando y, al lado de ellos, las profesoras quienes, quizás, anteriormente no tuvieron nunca la posibilidad de jugar, se mostraban ansiosas haciendo turnos para construir, para jugar memorice o dibujar en los Imapads.
El cerebro asocia los objetos nuevos a cosas pre conocidas, pero… cuando nunca has visto nada igual? Entonces, pude ver las caras de curiosidad, atentos a las ideas, pude ver niños pequeños y no tan pequeños atentos al libro que viene en la caja, intentando copiar las figuras, pude ver niñas creando casas, no como las nuestras, sino como las suyas, haciendo bailes y diálogos con los personajes en Amharico, lengua etíope.
Y lo más lindo es no necesitar hablar el mismo idioma, porque cuando se quiere comunicar, jugar y vincular, nuestros cuerpos se las ingenian para hacerse entender.