Por María Jesús Parada
Y llegaron las vacaciones y fue el tiempo de descansar.
No había tomado vacaciones desde hace más de un año y medio y por fin pudimos hacerlo. Y con el descanso fueron decantando en mí muchas reflexiones de los proyectos en los que he estado involucrada este último tiempo. Como suele pasarme -una vez más- mi principal aprendizaje procede de los niños y las niñas.
Llevamos a las vacaciones “bibliografía de descanso” jajaja, y entre ella un libro muy interesante que se centraba por largos capítulos en la idea de lo importante que es validar el conocimiento, no solo cognitivo, sino también aquel que llega a nosotros/as a partir de la experiencia del cuerpo y sus sentidos, algo así como el estado de contemplación y aprendizaje que precede al pensamiento y que en nuestra sociedad está muy escasamente valorado.
Pensé en todo lo que hemos venido compartiendo en estos meses: la importancia de la naturaleza, del tiempo de ocio, de los rituales y el valor de la espera. Y caí en la cuenta de que esto del aprendizaje del cuerpo y la importancia de observarnos y sentirnos, era el hilo conductor de todas las ideas y un aprendizaje que me parece crucial y urgente en el mundo que vivimos y los retos que nos propone el mundo actual.
Nuestra mente tiene altos niveles de actividad. Existe en nuestro cerebro una rumiación constante de ideas y quehaceres. Incluso cuando no estamos haciendo nada nuestro cerebro “nos muestra” ideas tras ideas. A este fenómeno se le llama la red por defecto, y hace alusión al estado casi permanente de nuestra mente llena de constantes narrativas, información espontánea al azar y durante breves tiempos sobre lo que pasó o sobre lo que pasará, saltando de pensamiento en pensamiento. Teresa de Jesús, le llamaba a la mente en este estado “la loca de la casa”. En el budismo lo llaman “la mente del mono”.
Los estudios han demostrado que nos encontramos en este estado un 75-80% del tiempo. Nuestra red por defecto activa, de una forma intensa, las áreas del lenguaje y de la imaginación de nuestra corteza cerebral y es así como nos encontramos un relato constante, imparable e irreal en nuestra mente. (Nazareth Castellanos, 2020).
En el año 2010, Killingsworth y Gilbert, publicaron un estudio muy interesante donde decían que a mayor cantidad de rumiación y actividad por defecto, las personas experimentamos mayor infelicidad. (M.A. Killingsworth; D.T. Gilbert (2010). A Wandering Mind Is an Unhappy Mind. Science 330, 12 de noviembre, 932.)
Pero, ¿cómo podemos hacer que nuestro cerebro esté en silencio y lograr mayor sensación de bienestar?
La evidencia actual nos habla de la meditación y el movimiento consciente como los espacios que tiene mayor impacto en esto.
Cuando dicen meditación muchos de nosotros/as tenemos una proyección de alguien vestido de blanco respirando en postura de indio. La verdad me gusta pensar la meditación como una práctica que se puede integrar en muchos momentos del día. Las/os niña/os lo hacen todo el tiempo.
Los adultos y las adultas, solemos necesitar espacios exclusivos y llenos de agregados para llegar al momento de la meditación o de la consciencia plena o a un momento de movimiento consciente -y frenar a la loca de la casa-.
Los niños y niñas, en cambio, se lanzan a la plenitud en cada juego y en cada experiencia, siempre que el ambiente se lo permita.
Tengo la impresión de que todo esto que he hablado hasta aquí, pareciera que los niños y niñas, lo traen impreso en su cuerpo como algo natural -y por tanto, alguna vez nosotro/as también-.
Ello/as se viven el mundo a través de su cuerpo, pero necesitan de un mundo que les permita esta forma de conocimiento y la valide.
Validar el conocimiento que nos entrega nuestro cuerpo, antes de pasar por el cedazo de la cognición, es una urgencia hoy para tener una vida con mayor paz y felicidad.
Cuando logramos estos momentos, estamos regulando nuestra atención, la llevamos al tiempo presente, -no se puede ser consciente de lo que se está sintiendo y pensar en otra cosa al mismo tiempo-. Así fortalecemos las conexiones en el área prefrontal de nuestro cerebro y esta, a su vez, impacta a una estructura cerebral llamada amígdala, encargada de la regulación emocional y los estados de alerta y le da el pase para descansar.
De esta manera, se activa la red de nuestros aprendizajes emocionales y corporales y se genera un balance con nuestro aprendizaje cognitivo, validando el conocimiento del mundo a través de todas sus formas.
La ciencia avanza a pasos agigantados y es emocionante, como día a día, vuelve a concluir la importancia de sabernos parte del mundo natural y nos recuerda que en el cuerpo que habitamos coexisten infinitas maneras de asombrarnos del mundo que nos rodea y recién estamos apenas viendo un atisbo de cómo nuestro organismo logra integrar todo esto generando la realidad que conocemos.
Darnos el tiempo de comprender por medio de nuestro cuerpo, a través de contemplar una obra de arte, la naturaleza, o simplemente de ser conscientes de nuestra respiración, es una valiente apuesta por la evolución.