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Conocer y entender nuestro cuerpo

Por María Jesús Parada

Se acerca el 18 de septiembre y junto con esto, varios de nuestros niños y niñas tendrán días de vacaciones. Con las vacaciones, llega también la constante pregunta de cómo entretener a los niños y niñas y llevar la casa en armonía en días que son libres para ellos/as pero no necesariamente para los adultos.

Y es cierto que la pandemia nos ha dado varias enseñanzas acerca de cómo sobrellevar el nivel de exploración e inquietud propios del desarrollo infantil y la vida en el hogar, sin embargo, el tiempo libre siempre supone un potencial desafío familiar.

En periodos de vacaciones suelo escuchar frases como “lo llevo a la plaza para que gaste su energía”, u otra como “intento que salga a la calle a jugar todos los días para que corra y se canse”.

Y es verdad que ocurre una regulación en nuestros niños y niñas cuando tienen tiempo de exploración intensa con su cuerpo, y también es real, que se gasta energía, pero lo que poco se sabe es que en nuestro cerebro ocurre una serie de procesos que permiten una regulación efectiva y una autopercepción de bienestar interno cuando activamos nuestro cuerpo.

Me recuerdo también de algunos y algunas cuidadoras, madres o padres que me mencionan frases como: “no se cansa nunca” o “acabamos de salir a pasear y sigue saltando sin parar”.

Y aquí entra la idea de que pueda resultar útil conocer estos procesos para poder acompañar a nuestros niños y niñas en el proceso de conocer su cuerpo y encontrar la mejor forma para buscar movimiento y regularse de una manera efectiva.

Tal como les mencioné en la columna de integración sensorial, en nuestro sistema nervioso ocurren una serie de procesos que nos ayudan a organizar la información que viene desde fuera y desde el interior de nuestros cuerpos, permitiéndonos así poder percibirnos en el mundo y actuar en él de manera exitosa.

Para esto, nuestro cerebro tiene un mapa de cada parte de nuestro cuerpo. Este mapa se va formando en la medida que nuestro cuerpo experimenta con el entorno.

Así por ejemplo, cada vez que un niño pequeño trepa un árbol, hay una relación de entrada de información, procesamiento de la información y corroboración de la información en nuestro cerebro. Entonces nuestro cerebro, con la activación de nuestro cuerpo, es capaz de “entender” claramente en qué lugar se ubican mis manos y mis dedos y posteriormente tiene la posibilidad de “enviar órdenes” de ajustar el cuerpo de manera precisa, ya que, “conoce” exactamente donde están las extremidades.

Esta información va y viene por nuestra médula, una “vía” que se ubica a lo largo de nuestra columna y que se irradia hacia nuestras extremidades a través de nuestros nervios.

Lo más increíble de todo es que por estas mismas “carreteras” no viaja solo la información de nuestras articulaciones y nuestros músculos (sistema propioceptivo), sino también muchísima información importante como la de nuestro tacto, la de nuestro sentido del movimiento (sistema vestibular) y algunas vías de las emociones y el nivel de alerta (sistema reticular), entre muchas otras.

Esto explica en gran parte por qué cuando nuestros niños/as hacen una actividad intensa, que implique levantar el peso de su propio cuerpo, activando el sistema propioceptivo como por ejemplo, escalar, logran no solo calmar su cuerpo sino que se produce una regulación en todos los sistemas mencionados, ya que al compartir “carreteras” se afectan mutuamente, llegando a experimentar regulación y sensación de bienestar.

Ahora, es importante recalcar que cada sistema nervioso es diferente. No hay dos personas que procesen la información de igual manera. Si bien, conocemos la posibilidad que tiene el cuerpo de regularse, afectándose entre sí los sistemas sensoriales, cada niño/a (y cada adulto) tiene su propio ritmo y forma de organizar la información, tiene tiempos y momentos y necesidades diferentes de regulación.

Y aquí surge la importancia de ser capaces de acompañar a cada niño en el reconocimiento de su ritmo.

Para lograr el óptimo desarrollo requerimos experimentar un mundo real en tres dimensiones, que nos permita comprender los volúmenes de nuestro cuerpo y le permita entender al cerebro de que se trata el mundo. Todo esto en un contexto seguro que nos provea de espacios para aprender a autopercibirse y por tanto, encontrar formas de regulación propias y que acoja mi propia necesidad de “salir a cansarme” para la regulación.

Así por ejemplo, es probable que una hija alcance un mayor nivel de bienestar al columpiarse otorgando esta información a su cerebro, mientras que otro hijo encuentre en la escalada un espacio de regulación profunda.

Para que un niño o niña logre interiorizar esto, necesita de adultos/as que le provean de momentos donde puedan chequear cómo se siente su cuerpo. Momentos donde el/la adulto/a le ayude a generar pequeños ritos de cotejo, preguntándole antes de tener un momento de movimiento intenso: “¿Cómo se siente tu cuerpo?, parece que necesita un poco de movimiento” , y luego de esa instancia de activación: “¿Y ahora? ¿Cómo se siente tu corazón? Parece que está más tranquilo”. De esta manera, le vamos ayudando a internalizar y validar las sensaciones y les permitimos ir descubriendo qué cosas les hace sentir bien.

Soñamos siempre con niños y niñas que puedan desarrollar la capacidad de autorregulación, es decir, que en el futuro más próximo posible pueda decirse así mismo con total confianza: “no necesito que siempre me digan cómo sentirme bien, sino que, soy capaz de reconocer y encontrar formas para sentirme confortable”.

Todo esto que pudiera parecer muy detallado y quizás para algunos/as podría parecer exagerado y quisquilloso, a mí me parece algo fundamental para el desarrollo humano. Y es de toda lógica que a los adultos/as de esta época les parezca algo que pudiese ser “mucho”, porque culturalmente no nos enseñaron a escuchar nuestro cuerpo ni a individualizarlo. Todos/as teníamos que regularnos de la misma manera, pero hoy sabemos que eso no es así. Que un niño/a puede regularse en la sala de clases saliendo a tomar agua fría, mientras otro necesita pararse un momento y escuchar la clase desde otra esquina, y quizás haya un tercero que necesite moverse en su puesto o tener algo en su mano que le permita tocar, dándole a su cerebro retroalimentación táctil. Así mismo, todo lo aquí mencionado aplica para nosotros/as los/as adultos/as, es decir, si practicáramos cotejar cómo se siente nuestro cuerpo y experimentáramos diferentes maneras de regulación física, de seguro encontraríamos formas más exitosas de sentirnos bien.

Y aquí radica la importancia de todo esto: no es posible atender, conversar, planificar y tener un día a día confortable, si nuestro cuerpo no está regulado, si es así entonces estaremos siempre inquietos como si algo nos “picara” o incomodara en el cuerpo.

Nuestro cuerpo tiene una sabiduría inmensa, la respuesta de cómo sentirnos tranquilos/as y reguladas durante el día, está en él. Necesitamos, todo/as -no solamente los/as niños/as- aprender a reconocer sus señales. Solo de esta forma, podremos continuar generando espacios de comunicación entre nosotros/as y el entorno, alcanzando el anhelado bienestar.

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