Por Carola Santibáñez
Nuestros más profundos temores, nuestros prejuicios, creencias y expectativas del mundo y de quienes nos rodean, tienen su origen principalmente en nuestras experiencias durante los primeros años de vida.
La primera infancia es una etapa fundacional para el desarrollo y tiene cabida desde la gestación hasta alrededor de los 7 años de edad.
Esta etapa se caracteriza por ser altamente sensible al entorno, en este momento, todo lo que nuestros niños y niñas ven, escuchan y vivencian, se queda grabado a fuego y se utiliza de insumo para configurar su personalidad, construir su autopercepción y las nociones iniciales que tendrán del mundo.
Como adultos significativos, todo lo que decimos y hacemos tendrá enormes repercusiones, especialmente en esta etapa del desarrollo. Nuestros pequeños tienen neuronas especializadas en aprender todo lo que ven y luego poder imitarlo.
Lo complejo de esto es que nos exige ser extremadamente cuidadosos de cómo nos comportamos frente a nuestros hijos, hijas o estudiantes y el hacer consciente los mensajes que les transmitimos, lo que nos dará la oportunidad de transformarlos en mensajes potenciadores y beneficiosos.
¿Cómo podemos llevar esto a la práctica?
Es muy probable que en varias ocasiones nos suceda que nuestros niños quieren hacer algo que nos parece arriesgado o equivocado o simplemente creemos que nosotros lo podemos hacer mejor, sin embargo, darles la oportunidad de asumir el riesgo, ofrecer nuestra ayuda y alentar en caso de fallar, les hará sentirse capaces, acompañados y seguros y la creencia que estaremos instalando en sus subconscientes es que pueden intentar cosas nuevas, pedir ayuda si la necesitan y que el error es parte del aprendizaje.
El principal problema es que en muchos momentos no tenemos esta actitud y podemos ser poco alentadores y estar propiciando creencias limitantes en nuestros pequeños.
¡No tomes ese jarro con agua!, mejor yo te pelo la naranja, ¿hagamos esto a mi manera?…
¿Les suena familiar? ¿Qué mensaje estamos transmitiendo en estas palabras?
Enseñarle a nuestros niños que confiamos en sus capacidades y que estamos disponibles para ayudarlos a asumir nuevos desafíos, fortalecerá su autovalía y su actitud abierta al aprendizaje. Pero por el contrario, si los coartamos permanentemente, será muy complejo esperar una actitud proactiva en etapas posteriores y es probable que no se atrevan a asumir nuevos desafíos.
En contextos de juego, permitirle a nuestros niños y niñas que abran su mundo interior, dejen salir sus temores, asuman riesgos y se dejen llevar por su imaginación libremente, también fortalecerá su autoestima y los ayudará a valorar la creatividad como un espacio de libertad y construcción de mundos nuevos. Además, cuando los contextos de juego y creación generan instancias de goce, los cerebros de sus protagonistas sellarán ese momento y buscarán replicar esa felicidad en contextos similares. De esa manera se crea un círculo virtuoso donde la emocionalidad positiva respecto al uso de la creatividad y la curiosidad, será el motor para generar nuevos espacios lúdicos, para ir a explorar nuevos mundos y abrirse al aprendizaje como instancia para describir cosas nuevas.